Editorial Revista Insurrección N° 936
Comando Central (COCE)

Hay conflictos que hunden muy hondo sus raíces. En una larga historia y en una patología compleja: supremacismo, victimismo, objetivos de conquista, colonialismo ilimitado.

Por esa razón no son sólo bélicos, sino que están causados por la cruzada de un proyecto de exclusión total que es delirante, abarcando las esferas de la vida colectiva de muchos pueblos y que está dispuesto a incendiar todo, incluso a auto-liquidarse. Es antes que cualquier cosa un estado mental y de frenesí ideológico. Que no admite regla o moral alguna, ni la existencia de la otra parte o que llega a considerarla como inferior.

Expertos con muchos años de observación de la realidad de la confrontación que hoy martiriza al pueblo palestino, incluyendo intelectuales israelíes, llegan a esa conclusión: hay una concepción construida muy concreta, que es la del fanatismo que considera a los palestinos no sólo animales, sino animales sobrantes. En la demostración que ha realizado Suráfrica y otros Estados ante la Corte Internacional de Justicia, está documentado cómo los dirigentes de Israel han interiorizado ese desvalor hasta la muerte y califican a seres humanos como desechos. Nada les disuade de considerarse superiores étnicamente, se siguen pensando como una “nación elegida”, cuya “tierra prometida” les autoriza a cometer genocidio. Paradójicamente hace apenas 80 años, así se creían los nazis, superiores, razón por la cual buscaron exterminar a los judíos y a otros que consideraban basura; a los nazis fue preciso oponerles un conjunto de fuerzas materiales que impidieron su virulencia.

Israel ha desarrollado desde 1948 esa política de aniquilación del otro, de Palestina, porque desde su creación como Estado invadió a sangre y fuego, contando de forma sostenida y creciente con el apoyo de Estados Unidos y de Europa, principalmente. Sus Estados y empresas mantienen una gran cadena de producción, suministro y renovación de armas a Israel, que a su vez ha desarrollado una capacidad avanzada y letal, pero no sólo en cuanto a recursos bélicos de alta tecnología, sino en cuanto a métodos los más perversos posibles, aplicando medidas de apartheid y control militar, despedazando el territorio, asegurando la extensión de los colonos, la segregación, la ocupación gradual y el sometimiento cotidiano de los palestinos, tratados como infrahumanos.

Los incumplimientos de Israel a acuerdos de paz hace treinta años que, aunque insuficientes, podían haber sido el comienzo de una negociación estratégica, más los sistemáticos crímenes de guerra y de lesa humanidad, no han tenido consecuencia alguna: los dirigentes israelíes, políticos, militares, empresarios y emisarios de ese país, gozan de una especie de inmunidad especial.

Eso lo ha permitido y estimulado el grueso del sistema político global, que tiene un doble rasero, una de cuyas leyes es precisamente la hipocresía; por eso, cuando hace dos años exactamente se produjo por los gringos y por la OTAN, la condena a Rusia por su operación en Ucrania, exclamaron que era una clara violación al derecho internacional. Por primera vez se apoderaron de un argumento entendible compartido ampliamente, para enseñar en apariencia su respeto a las normas que rigen el orden mundial; ya para ese momento muchos genocidios seguían su curso y esos países guardaban silencio: sobre lo que pasa desde hace décadas en Palestina, en Colombia, en varios países de África.

Desde el 7 de octubre de 2023, esa máscara infame cayó y nos reveló el verdadero rostro inhumano de esos poderes cómplices; desde cuando Gaza es puesta como objetivo de la furia del sionismo-fascismo, y a diario se cometen masacres con cerca de 40 mil víctimas; contra niños, ya cerca de 20 mil asesinados; contra mujeres, aproximadamente 10 mil; cuando se han desplazado a la vista de todos 2 millones de personas, que no pueden salir de la ‘cárcel más grande del mundo’; atacando hospitales en 270 acciones; arrasando escuelas y mezquitas; dejando sin bienes y servicios básicos a una población cuyo nivel de organización es admirable, que se ha repuesto desde 2006 de muchas campañas de matanza y demolición. Esta vez la hambruna está ya presente; la destrucción o pérdida de una base económica es mucho peor que nunca; han dicho expertos que los meses por venir, incluso si se produjera un alto al fuego ya mismo, dejarán miles de palestinos muertos, niños y mujeres en su mayoría, dadas las actuales condiciones.

Como organización revolucionaria, en el ELN sentimos como propio ese dolor, esa tragedia, y más allá de estos hechos, miramos qué obligaciones atañen, ya no sólo a fuerzas rebeldes de todo el mundo, sino a demócratas y a quienes sean mínimamente sentipensantes y puedan entender la humillación, la afrenta a la humanidad y la necesidad de parar ya mismo un crimen del que somos testigos cada hora.

Hemos visto y saludado expresiones de rechazo en Colombia al Genocidio que se está perpetrando en Gaza, pero siguen vigentes las relaciones con Israel, cuando a estas alturas ya deberían haberse finiquitado. Romper con un Estado genocida es un deber elemental y por eso ya hay países que han procedido así; del mismo modo que deben de inmediato deshacerse convenios de cooperación en todos los órdenes, absolutamente en todos, incluyendo el campo militar y el comercial, para intentar aislar y sancionar moralmente esa política, como ya lo proponen en muchas partes del mundo.

El representante de China ante la Corte Penal Internacional expresó la semana pasada, y en esa línea otros delegados, que la resistencia armada palestina contra la ocupación está reconocida jurídicamente; que es un derecho y no terrorismo; a su vez Cuba, manifestó ante dicho Tribunal que, “Sobre nosotros y ustedes recae la alta responsabilidad moral, histórica y jurídica de pronunciarnos de forma clara, transparente y contundente sobre la ignominiosa situación que vive el pueblo palestino y exigir la responsabilidad internacional de lo que ocurre en los territorios ocupados”.

A quienes nos debatimos en los caminos de la rebelión por una humanidad que supere las lacras del capitalismo, de la segregación y del imperialismo en todas sus formas, nos queda tomar muy en cuenta en nuestro plano político e histórico existencial este genocidio, y cómo ante él, pese a notables esfuerzos de denuncia y solidaridad, la comunidad internacional no tiene todavía los medios para paralizar la mano asesina de los poderosos. Debemos incorporar las lecciones de lo que está sucediendo en Gaza, pues habrá ‘un antes y un después’; ese modelo de devastación es el que buscan aplicar en otros conflictos. Ese derecho de la guerra manipulado a favor del ocupante y del opresor, es el que buscan que aceptemos sumisamente. Esas pretensiones colonialistas son las que impulsan esos poderes en muchas partes de este corroído planeta. También a esa doble moral debemos desnudarla, darle cara y plantear alternativas dentro y fuera de la ONU, para sustentar la legítima defensa de los pueblos.

De inmediato en Colombia deberían producirse investigaciones, debates y sanciones diversas por los lazos estatales y de empresas en seguridad o asistencia colindante, de mercenarios y de intercambio en cuestiones ligadas directamente al aparato que comete genocidio. Petro, en coherencia con palabras suyas de estos meses, debería ya mismo romper relaciones políticas, comerciales, diplomáticas y de todo orden con Israel. Como lo indican varios gobiernos y los Convenios mismos de Derechos Humanos y de lucha contra el genocidio, incluyendo la Corte Penal Internacional.

Los Estados deben movilizarse para que se emitan órdenes de arresto contra Netanyahu, Galant, Herzog, Halevi, Alian, Edri, Ben-Gvir, Smotrich y demás jefes políticos y militares israelíes, por su papel en el genocidio y su incitación al mismo. Colombia puede y debe promover esta medida, de lo contrario no habría más que retórica del gobierno, ante la profanación diaria de la dignidad humana.

Revista completa: https://eln-voces.net/insurreccion-936/

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